viernes, 29 de mayo de 2020

Confesiones de una gerocultora



Antes de leer este artículo debo AVISAR de que en él hay contenido sensible. He tratado de ser lo menos específica posible pero en él relato situaciones que pueden provocar tristeza y emoción. Si crees que puede afectarte demasiado, te aconsejo no leer este post.



¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😀

Hoy voy a salirme un poco del guion y voy a contaros algo sobre lo que he estado reflexionando mucho desde hace unos días.

Anteriormente mencioné que trabajo en sanidad, lo que nunca he dicho es que soy gerocultora. Mi trabajo consiste en atender física y emocionalmente a personas durante la última etapa de su vida, cubriendo sus necesidades básicas y proporcionándoles afecto. Hay varios motivos por los que quiero hablar de esto hoy, y para que se entienda todo bien voy a remontarme mucho tiempo atrás. Pido disculpas si este post queda demasiado largo.

Nunca fui buena estudiante, y siempre fui asustada con la típica frase: "Como no te esfuerces vas a acabar limpiando culos en una residencia". Lo maravilloso de esta afirmación es que de momento ha acabado siendo así, pero no quiero adelantarme. Como sabéis, siempre he sentido un gran amor por la literatura, desde que me divertía con las historias de los libros de Barco de Vapor o fui cautivada por el universo mágico de Harry Potter. Sin embargo nunca me planteé que podría dedicarme a ello así que no le di a esta pasión ninguna importancia (de lo que me arrepiento). Durante mi adolescencia me di cuenta de que una de las actividades que más me satisfacían espiritualmente era ayudar a otros, me volcaba en ello dejando mis propios intereses de lado, incluso mis deberes de aquel entonces. Me he visto en muchos problemas por ofrecer apoyo a otras personas, pero también he creado fuertes vínculos.

Por ello nació en mi otro sueño: el de ser psicóloga. Por varias razones me fui desmotivando con el tiempo hasta el punto de renunciar a la idea de ir a la universidad y buscar otras alternativas que yo consideraba más prácticas. Cuando terminé de estudiar bachiller intenté acceder a un grado superior pero mi media no fue suficiente y me quedé fuera. Encontré unos cursos en INEM de Atención Sociosanitaria y un año más tarde recibí mi certificado de profesionalidad. Recuerdo mi primera clase: Empecé algo más tarde que los demás y ese día tocaba precisamente la lección más desagradable de todas (de la que no voy a hablar), me mareé y pensé lo más normal: "Yo no valgo para esto". Pero el curso avanzó, y con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que ese "indigno trabajo de limpiaculos" tenía muchísimo detrás, aspectos de los que nadie habla. Y todo ello lo he ido comprobando en primera persona a lo largo de tres años de experiencia laboral.




Lo PEOR de ser gerocultora

Al principio del post he mencionado una frase que todos hemos oído: "Como no te esfuerces vas a acabar limpiando culos en una residencia". Creo que no es necesaria una gran explicación para demostrar lo que todos sabemos: Un porcentaje de la población considera esta labor "caer bajo", poco digna, o "asquerosa". Me da rabia en la misma medida que pena. A toda la gente que nos tiene en baja estima, espero que nunca jamás necesiten un cuidador que les ayude a comer y a ducharse.
Sí, limpio culos, sobacos, narices y bocas. Curo heridas, veo, huelo y toco cosas desagradables, pero esto no es lo peor de mi trabajo. Lo peor es ver a personas sufrir y sentir impotencia porque no puedes hacer lo suficiente por ellas. Porque tienen cáncer y son demasiado mayores para un tratamiento, porque buscan a sus madres o no pueden hablar para decirte qué les pasa. Y los gerocultores vemos esto diariamente. 
Lo peor de mi trabajo no es limpiar culos, sino secar lágrimas. Es llevarte los problemas a casa, acordarte de tus usuarios en tus días libres, cogerles cariño y verles empeorar, deteriorarse, y llorar sus pérdidas. Tener que ignorarles cuando te llaman porque no te da tiempo a atenderlos a todos, prometerles volver y no cumplirlo, que te pidan que te quedes un ratito a hacerles compañía pero no tener tiempo...
Los gerocultores sufrimos tendinitis, lumbalgias, contracturas, esguinces, sobrecarga muscular, varices, estrés, ansiedad, depresión... Llegamos a casa con los pies doloridos, soportamos turnos de más horas de las legalmente permitidas, trabajando fines de semana y festivos, con un salario promedio de unos 900€ (sí, tal cual estáis leyendo), sin tiempo y energía para nada, y muchas veces sin recibir un simple "gracias".



Lo MEJOR de ser gerocultora

Mi trabajo consiste en acompañar a personas que ya no tienen autonomía desde que se levantan hasta que se acuestan. Cubro todas las necesidades que ellos no pueden asumir: movilizaciones, aseo, alimentación, suministrar medicaciones, acompañar al baño o cuidado de la apariencia. 
Las mayores satisfacciones que me ha dado este oficio son las sonrisas en sus rostros al tratarles con cariño, que te devuelvan el afecto con un beso o un abrazo (ahora la pandemia no nos lo permite), hacerles reír... Si lo piensas fríamente son en su mayoría personas a las que no les queda nada, y un pequeño gesto puede significar todo.
Pero hay algo que también me produce felicidad: acompañarles cuando están enfermos o se están marchando. En esos momentos los sentidos pierden su funcionalidad, el cuerpo no responde, pero hay algo que no dejan de sentir nunca: el amor. Por eso una de las labores que considero más importantes en mi trabajo es esa, la de proporcionarles cariño, darles fuerzas y aliviar su miedo cuando ya no queda nada. Pienso que nadie debería morir solo, y para mí es un honor acompañar a las personas en sus últimos momentos.

Por todo esto, puedo asegurar que lo positivo supera con creces lo negativo.

Llegué a aborrecer mi trabajo



Ahora quiero explicar algo de lo que no he sido consciente hasta hace unos días y debo aclarar que para mí no es fácil hablar de esto.

Hace tres años empecé a trabajar en una residencia de mi ciudad haciendo una sustitución. No tenía experiencia y estaba muy ilusionada por empezar, siempre había trabajado en domicilios y para mí supuso una gran oportunidad, y a día de hoy sigo agradecida. Durante los primeros días me di cuenta de que en aquel centro se trabajaba de manera diferente a la que me habían enseñado en los cursos: legalmente se debe realizar las labores en pareja y ahí se realizaban de manera individual, preparábamos medicaciones, el centro no disponía de médico ni enfermera y la rehabilitación (gimnasia o actividades de estimulación cognitiva) que recibían los usuarios era muy escasa o nula. Ante este descubrimiento lo único que pude hacer fue adaptarme, y me costó mucho tiempo. Además estaba haciendo sustituciones y me iban asignando todo, llegando a trabajar durante dos semanas seguidas sin descanso y en diversos turnos, por lo que estaba muy cansada, se me olvidaban cosas y cometía muchos errores. Nunca terminaba los aseos a tiempo y siempre había alguna compañera presionando para que corriese más. Para adelantar o ganar tiempo tenía que priorizar, y eso suponía no ser detallista, hacer las cosas de manera "aceptable" y (lo que más me dolía) no perder el tiempo hablando con mis usuarios. Me daba cuenta de que mi trabajo perdía calidad y me sentía culpable por ello pero no podía hacerlo de otra manera. 
Unos meses después de mi llegada me ofrecieron un puesto fijo que yo acepté encantada. Me advirtieron de que el horario era bastante malo pero no me importó al principio. Era un turno partido en el que acudía muy pronto por la mañana y a la noche, por lo que no descansaba bien y me pasaba el día en la cama. No me daba cuenta pero me estaba estresando y deprimiendo, y esto afectó aún más a mi trabajo. 
Lo más natural dentro de una residencia es que la salud de los usuarios empeore y cuando empezó a pasar la plantilla no estaba preparada para afrontarlo, así que a todo lo anterior debemos sumarle que hubo bastantes ocasiones en las que salí más tarde de mi hora (nadie me ha pagado esas horas extra) y aún más si ocurría alguna emergencia. La organización era tan pésima que cada vez iba más asqueada a trabajar, hasta el punto de trabajar con desgana y no prestar verdadera atención a mis usuarios. Para un gerocultor es difícil asumir que no está haciendo bien su trabajo porque significa que estás siendo poco ético. Y hoy reconozco que este ha sido mi caso. 
Pasaba el tiempo e iba normalizando ciertas actitudes que veía en mis compañeras, como tratar con poca dignidad a los usuarios, riéndose cuando decían cosas extrañas o expresando asco en ciertos momentos. 
El colmo llegó hace algo menos de un año. Fui testigo de una negligencia médica que no solo le costó la vida a una persona (que yo apreciaba mucho) sino que dejó el mundo entre terribles sufrimientos. Yo terminé un turno de mañana acostando a la siesta a esta persona y tan solo un par de horas después falleció. Cuando me lo dijeron lloré bastante y me sentí culpable. Me decía a mí misma que podría haber hecho algo más y pensaba que no la había atendido bien. Pasé un tiempo triste y echándole mucho de menos. Durante este tiempo expresé a algunas de mis compañeras cómo me sentía y la mayoría me comprendió y aliviaron mi pesar diciéndome que lo hicimos lo mejor que pudimos y no fue culpa nuestra. Pero esta experiencia me hizo darme cuenta de lo mal que funcionaba aquel centro y empecé a sentir verdadera repulsión. Pero tenía que seguir yendo. Un día me armé de valor y le dije a mi jefa que no me llamara durante un tiempo, que quería centrarme en los estudios (había dejado el puesto fijo y había vuelto a las sustituciones unos meses atrás, y lo de los estudios en parte era cierto) y no se lo tomó bien. Durante meses aguanté con ahorros y paro pero de vez en cuando tenía que volver y nadie sabe lo duro que era para mí. No hablaré de las relaciones entre compañeras porque eso da para otro post pero el ambiente que se creó llegó a espantarme.

Cuando comenzó la pandemia yo estaba haciendo una sustitución y recibí la noticia de que una de las personas que solían acudir al centro había dado positivo. Convivo con una persona de riesgo y por proteger su salud renuncié a volver hasta que pasara todo. Tomaron todas las medidas pertinentes y hasta la fecha no ha habido ningún contagio, lo cual aplaudo. Fui un día a trabajar y estaban todos los usuarios totalmente aislados y sin ningún tipo de entretenimiento, volviéndose locos... y se me rompió el corazón. Ese ha sido el último contacto que he tenido con esa residencia.
He pasado dos meses sin trabajar. He recibido ofertas pero de centros en los que ha habido contagios. Decidí protegerme a mí y a mi familia a pesar de desear salir de casa, ganar dinero en lugar de gastarlo, incluso airearme. Pero lo que más me pesaba en algunas ocasiones era no poder ayudar. Sentía que es mi deber como personal sanitario ayudar a quienes lo necesitan. Yo nunca he buscado los aplausos de todo el país, y no creo que nadie de este gremio lo hiciera. Unos salvan vidas, otros limpiamos culos, pero al final considero que todas nuestras labores son necesarias y me dolía enormemente no aportar mi granito de arena, lo cual me ha puesto muy triste. Y sí, he llorado de impotencia y pena.



Sin embargo hace un par de semanas se me abrió la puerta de los cielos: recibí una oferta de empleo en un centro sin contagios y con unas condiciones que me favorecen mucho. Empecé unos días después y no puedo estar más contenta. Todo lo que le faltaba a la residencia anterior lo tiene ésta, y por primera vez he trabajado en pareja. Solo tengo cosas buenas que decir. Pero lo que más me ha impactado es el trato a los usuarios. Hay cariño, atención, valoración constante, cuidado de todo tipo... y he vuelto a recordar que amo mi trabajo. Me gusta dar los buenos días y que me respondan con la misma alegría, que me sonría una persona encamada que ya apenas abre los ojos, hablar con mis usuarios sobre su vida (son muy interesantes), acompañarles a pasear, cantar con ellos, prepararles juegos y ver que mis compañeras las tratan con verdadero cariño. Vuelvo a ser perfeccionista en mi trabajo, no siento ningún tipo de estrés y además estoy aprendiendo cosas nuevas. De momento me gustaría quedarme todo el tiempo que pueda.



¿Qué quiero decir con todo esto?



La moraleja más importante es que las circunstancias equivocadas pueden destruir los sueños y pasiones de una persona. Cuando acabas de aprender y no tienes experiencia das lo mejor de ti pero si has caído en un lugar "desagradable" es altamente probable que acabes odiando algo que consideras tu vocación. Y esto lo único que provoca es infelicidad y una insatisfacción que puede que no sepas de dónde viene, porque al fin y al cabo trabajas en algo que te gusta, ¿no?
Es fundamental saber identificar lo que nos hace infelices y no huir, sino tratar de arreglarlo desde dentro porque eso implica amor y respeto por tu entorno.



Para acabar, hay algo importante que debo decir sobre mi trabajo en relación con la pandemia. Como he dicho antes, dudo mucho que ningún sanitario busque reconocimiento y aplausos. Lo que queremos es que se nos escuche y valore. Ya dejando a parte los sueldos vergonzosos que se nos paga, creo que si hay algo necesario ahora mismo es organizar todo desde cero. No puede ser que, en un país avanzado y seguro como es el nuestro, permitamos que haya PERSONAS que mueran sin dignidad, solas, que pasen los últimos años de sus vidas en condiciones lamentables (como permitir deterioros físicos derivados de la falta de actividad) o que estén tristes. Me parece vergonzoso que el Estado haya tratado al sector sanitario de una manera tan humillante como para permitir todas estas cosas que desde fuera no parecen para tanto, pero os aseguro que son verdaderas atrocidades. Es absolutamente lamentable que una persona sea atendida rápido porque no hay tiempo, sin que se pueda escuchar si necesita algo o si se le está haciendo daño porque hay que cumplir los tiempos. Y ahora en esta situación no solo vemos esto (que es el día a día) sino que hay cientos de personas muriendo solas y sin comprender qué está pasando, y que NADIE pueda acercarse a ellos para sujetarles la mano mientras se van. ¿Qué sensación se le queda a un cuidador, un médico o un enfermero mientras ve desde una ventana cómo alguien a quien ha cuidado y alimentado muere aterrado y solo? Es absolutamente desgarrador.



Mirad, no os digo esto para que lloréis igual que la mayoría del personal sanitario hemos hecho, sino para invitaros a reflexionar. ¿Realmente se nos está valorando tanto a trabajadores como a pacientes? ¿Qué más hace falta para que un lugar que puede ser tan trágico como una residencia pueda ofrecer un ambiente agradable para todos? ¿Por qué tengo que volver a casa sabiendo que no he hecho un trabajo de calidad y sentir que es culpa mía?

No soy política o economista y no tengo conocimientos suficientes como para proponer una buena solución, pero confío en que este mensaje llegue a alguien que sí posea estas capacidades y pueda hacer, por lo menos, un poquito. Ojalá llegue un futuro en el que nadie muera solo ni triste, pase sed o no pueda ir al baño porque no nos da tiempo. Ojalá podamos volver cada día a nuestras casas orgullosos de haber cuidado, sanado y hecho felices a las personas que dependen exclusivamente de nosotros. 

Y de corazón deseo que ocurra cuanto antes. 

viernes, 22 de mayo de 2020

Delirios



La inspiración suele llegar a mí en las ocasiones menos indicadas.


Mi momento favorito del día es cuando me asomo a la ventana nada más levantarme. Lleno mis pulmones de aire fresco, está amaneciendo y el sol aún no calienta, me nutro de oxígeno puro. Justo después descubro que sobre mí se alza un cielo mostrando una amplia paleta de tonos anaranjados mezclados con el azul suave del alba. Es hermoso, hago una o dos fotos para no olvidar el bello paisaje que me regala el mundo.




Pero son las seis y media de la mañana y tengo que prepararme para ir a trabajar.


Abandono con pesar el punto que me brinda paz y armonía para introducirme de lleno en el estrés que conlleva la vida laboral, por unos momentos había olvidado que tengo una vida y ahora todo llega de golpe. Qué duro.

Desayuno y me visto como un autómata, aún inmersa en mis pensamientos. Tengo muchas ganas de escribir, mi mente está siendo bombardeada con cientos de ideas que deseo plasmar sobre el papel. ¡Qué mal momento! Pero ¿sabes qué? También disfruto de unos momentos de reflexión antes de entrar a trabajar: el camino en coche hacia el trabajo.


Hace unos días dejó de funcionarme la radio. Lo primero que hice fue proferir una serie de maldiciones bastante malsonantes que no casan en absoluto con el tono que suelo emplear en mis textos. Oh, necesito música. Pero me sienta bastante bien estar a solas conmigo. Disfruto del paisaje, conduciendo con cuidado por si me sorprende algún animal salvaje y memorizando cada día un nuevo detalle del entorno. Si pudiera alargar un momento en mi día a día sería ese. Hay tantas cosas en mi cabeza sobre las que necesito reflexionar que un viaje en coche no es suficiente, así que lo aprovecho al máximo.


Están pasando cosas en mi vida. Los recuerdos están llegando a distintas velocidades, algunos vienen lentos y fluidos, y otros interrumpen como un screenshot.



Y entonces empiezan los delirios.


Cuánto me gustaría anotar todo lo que estoy pensando, las historias que se me ocurren espontáneamente, describir la belleza que me inspira el paisaje, desde las montañas hasta las amapolas que asoman entre el trigo verde. Hay una carta que necesito escribir, y una teoría conspiratoria que contar a unas pocas personas. ¿Habrán visitado alienígenas este pueblo? Que no se me olvide terminar esta tarea en el trabajo, es importante. Debería leer mucho más, tengo reseñas pendientes. No tendría que haberme enfadado tanto durante aquella conversación, debería disculparme. Estos sentimientos que tengo hoy…


Todas estas ideas han llegado en el peor momento, cuando no puedo anotarlas. En mi cabeza ya he escrito cuatro novelas y dos poemarios, alguna obra de teatro y mi biografía al completo, con una dedicatoria al principio. En estos momentos solo pienso en lo reñida que está la vida ordinaria con la pasión por la literatura. Cuando pueda sentarme a escribir todo esto ya se me habrá olvidado.


Pero ya sabemos que no se sabe cuándo puede llegar la inspiración. Y si hay algo que compensa el no poder escribir todos estos delirios es el saber que llegarán otros distintos a los que podré darles el cariño que se merecen.


Trata a tus letras como si fueran de porcelana.



Me digo a mí misma que no debo dejar de delirar a solas. Cuanto más lo haga, más fácil aparecerán nuevos delirios y tal ven en ellos se esconda la llave de una gran puerta, la que me conduzca a cumplir mi sueño. Nunca se sabe.

viernes, 1 de mayo de 2020

Desgranando... "Prismáticos"


¡Hola a todos y feliz primer día de mayo!

Hoy os traigo la reseña de la última novela que he leído: Prismáticos, de MEL.

Si hay algo que me parece relevante destacar de MEL, es que es de nacionalidad rumana, residente en España ¿Por qué es importante esto? Porque ha escrito un libro en castellano sin haber estudiado el idioma. He podido comprobar en mis correos con ella que domina completamente nuestro idioma y me parece un hecho digno de felicitación.  




La obra está en trámites de publicación por el grupo editorial Letrame y tiene un booktrailer que os dejo aquí: https://vimeo.com/340162903

La protagonista de Prismáticos es Serafina, una joven de 20 años que al igual que la autora del libro, nació en Rumanía. Serafina y su mejor amiga, Cristina, se enamoran de dos chicos madrileños y amabas quedan embarazadas. Tras dar a luz, ambas se mudan a Madrid con sus respectivas parejas.

El tema más significativo de la novela es la diferencia entre clases sociales: Serafina pertenece a una clase baja, ha vivido la pobreza en sus propias carnes y sabe lo que es la necesidad, sin embargo su pareja, Carlos nació en una familia poderosa económica y socialmente, rodeado de todo tipo de lujos y comodidades. Bajo la perspectiva de Serafina, el contraste entre lo que ha sido su vida hasta el momento y el "nuevo mundo" al que ahora pertenece, es enorme y no solo por la abundancia de riquezas o el derroche de alimentos, sino especialmente en el aspecto social y humanitario. La figura de Marisa, la madre de Carlos, es crucial en esta distinción, ya que vemos en ella comportamientos altivos, denigrantes hacia otras personas, egoístas y materialistas. En conclusión, un personaje bastante desagradable.

Sin embargo, Prismáticos no solo es una crítica social. La mansión donde reside Marisa esconde grandes secretos, puertas cerradas y un enorme halo de misterio que no deja indiferente.

La manera en la que están retratados los personajes es bastante completa, ya que cada uno tiene una historia y una marcada personalidad, incluso los secundarios que más desapercibidos pasan. 

En general es una novela que está bastante bien, con una historia que inspira curiosidad y te incita a saber más. No obstante, lamento decir que hay cosas que no me han gustado.
En mi opinión la narración se desarrolla caótica. Ocurren muchísimas cosas, demasiadas, que no siguen un orden específico ni tienen demasiada coherencia entre sí. Hay momentos en los que volvía páginas atrás porque no comprendía cómo había llegado a ese punto, y esto ocurre sobre todo en momentos importantes.
Hay otro aspecto negativo que considero importante, y es un arma de doble filo: hablaba antes de los misterios, que gustan mucho e incitan a seguir leyendo, sin embargo opino que hay tantos que es complicado seguirlos, no parece que sigan un hilo común y, al final de la novela pude comprobar, con cierta decepción, que no quedaron del todo resueltos. Aunque MEL me especificó que Prismáticos es la primera parte de una saga no finalizada, creo que no "cerrar puertas" es un error porque no hay satisfacción en el lector. Tal vez esto solo sea una percepción personal, en cualquier caso a mí me hubiera gustado que algunos de los misterios fueran resueltos. 

Me apena que estos puntos negativos eclipsen a los buenos porque creo que es una historia con mucho potencial que ha sido desaprovechado. Aún así, cuando se publiquen las siguientes partes las leeré y reseñaré aquí porque tal vez el problema simplemente sea que no he acabado de leer.

Sobre los aspectos positivos, me gusta mucho la complejidad de los personajes y las historias de cada uno, que quedan narradas en los diálogos de una manera muy casual y elegante. Me parece además que la clase alta queda muy bien expuesta en el libro. Ahora bien, como apéndice personal, diría que sería muy triste que este tipo de personas fueran realmente como quedan reflejadas en la novela (mis valores éticos quedan al descubierto) pero, de ser realmente así, MEL ha hecho un trabajo excelente. 
También me parece importante destacar la manera de narrar momentos eróticos que, siendo bastante concisos, no son en absoluto soeces ni demasiado explícitos, mostrando una sensualidad interesante. Quiero relacionar esto con las personalidades de los protagonistas de estos momentos, me gusta mucho que la manera de actuar en esas situaciones refleja a la perfección el carácter de cada uno.  

En resumen, considero que es una novela a la que le faltan atar muchos cabos pero que igualmente tiene potencial y creo que lo más interesante de ésta es la crítica social y los valores humanos.

Link de compra de Prismáticos a través de la autora.