La inspiración suele llegar a mí en las ocasiones menos indicadas.
Mi momento favorito del día es cuando me asomo a la ventana nada más levantarme. Lleno mis pulmones de aire fresco, está amaneciendo y el sol aún no calienta, me nutro de oxígeno puro. Justo después descubro que sobre mí se alza un cielo mostrando una amplia paleta de tonos anaranjados mezclados con el azul suave del alba. Es hermoso, hago una o dos fotos para no olvidar el bello paisaje que me regala el mundo.
Pero son las seis y media de la mañana y tengo que prepararme para ir a trabajar.
Abandono con pesar el punto que me brinda paz y armonía para introducirme de lleno en el estrés que conlleva la vida laboral, por unos momentos había olvidado que tengo una vida y ahora todo llega de golpe. Qué duro.
Desayuno y me visto como un autómata, aún inmersa en mis pensamientos. Tengo muchas ganas de escribir, mi mente está siendo bombardeada con cientos de ideas que deseo plasmar sobre el papel. ¡Qué mal momento! Pero ¿sabes qué? También disfruto de unos momentos de reflexión antes de entrar a trabajar: el camino en coche hacia el trabajo.
Hace unos días dejó de funcionarme la radio. Lo primero que hice fue proferir una serie de maldiciones bastante malsonantes que no casan en absoluto con el tono que suelo emplear en mis textos. Oh, necesito música. Pero me sienta bastante bien estar a solas conmigo. Disfruto del paisaje, conduciendo con cuidado por si me sorprende algún animal salvaje y memorizando cada día un nuevo detalle del entorno. Si pudiera alargar un momento en mi día a día sería ese. Hay tantas cosas en mi cabeza sobre las que necesito reflexionar que un viaje en coche no es suficiente, así que lo aprovecho al máximo.
Están pasando cosas en mi vida. Los recuerdos están llegando a distintas velocidades, algunos vienen lentos y fluidos, y otros interrumpen como un screenshot.
Y entonces empiezan los delirios.
Cuánto me gustaría anotar todo lo que estoy pensando, las historias que se me ocurren espontáneamente, describir la belleza que me inspira el paisaje, desde las montañas hasta las amapolas que asoman entre el trigo verde. Hay una carta que necesito escribir, y una teoría conspiratoria que contar a unas pocas personas. ¿Habrán visitado alienígenas este pueblo? Que no se me olvide terminar esta tarea en el trabajo, es importante. Debería leer mucho más, tengo reseñas pendientes. No tendría que haberme enfadado tanto durante aquella conversación, debería disculparme. Estos sentimientos que tengo hoy…
Todas estas ideas han llegado en el peor momento, cuando no puedo anotarlas. En mi cabeza ya he escrito cuatro novelas y dos poemarios, alguna obra de teatro y mi biografía al completo, con una dedicatoria al principio. En estos momentos solo pienso en lo reñida que está la vida ordinaria con la pasión por la literatura. Cuando pueda sentarme a escribir todo esto ya se me habrá olvidado.
Pero ya sabemos que no se sabe cuándo puede llegar la inspiración. Y si hay algo que compensa el no poder escribir todos estos delirios es el saber que llegarán otros distintos a los que podré darles el cariño que se merecen.
Trata a tus letras como si fueran de porcelana.
Me digo a mí misma que no debo dejar de delirar a solas. Cuanto más lo haga, más fácil aparecerán nuevos delirios y tal ven en ellos se esconda la llave de una gran puerta, la que me conduzca a cumplir mi sueño. Nunca se sabe.
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