viernes, 20 de noviembre de 2020

Desgranando... "Sangre en las manos"

 

El Fantasma ha huido, y ahora podría encontrarse en cualquier lugar del mundo.

La vida y la carrera del inspector Daniel Ryman están en la más absoluta ruina.

¿Qué podría empeorar la situación? Un nuevo asesinato con el sello del Fantasma. Solo que esta vez es Kathleen quien ha apretado el gatillo.



ALERTA SPOILERS: Si no has leído En el punto de mira no sigas leyendo.

Acabé En el punto de mira ansiando saber más aunque no sentí que quedara nada en el tintero: las tramas estaban cerradas, los protagonistas habiendo tomado caminos distintos, siendo casi imposible que volvieran a juntarse. Estaba bien, pero yo necesitaba más, más historia, más trama, más Kathleen, más Daniel. Sangre en las manos ha sido mucho más que un alivio a esa sed de lectura: aún a riesgo de empezar demasiado fuerte diré que ha sido el clímax perfecto.

Comenzamos Sangre en las manos con un paralelismo con su predecesora. Hay una narración en segunda persona desde el punto de vista de Alfred Spencer, un hombre que huye de su puesto de trabajo en un supermercado de Bismarck (Dakota del Norte) tras haber recibido una amenaza, sin saber que corre directo hacia su tumba. A los pies de una mujer en el aparcamiento, muere desangrado tras recibir un tiro en el muslo. ¿Por qué sabemos que no es Kathleen? Ella es la mujer delante de quien Alfred muere. La intriga está servida, amigos.

En el momento que leí el prólogo comencé a elaborar una compleja red de teorías que cualquier fan de Juego de tronos podría envidiar. Una cantidad enorme de sospechosos, de personajes que yo misma estaba inventando fueron apareciendo frente a mí y no os voy a engañar, me encantaba. Una de mis teorías era que nuestro querido Daniel se había corrompido y había encontrado una retorcida manera de llamar la atención de Kat, pero obviamente estaba equivocada.

Evolución de los protagonistas

Daniel sigue en su piso de Londres demacrado, lleno de ojeras, borracho y fumando como un carretero. Ha pasado un año desde que Kathleen huyó y lleva todo este tiempo de baja sin poder hacer una vida normal, obsesionado con la huella que el Fantasma ha dejado en su vida, tratando de darle un sentido pero, sobre todo, buscando cualquier indicio que lo lleve hasta ella para atraparla.

Por otro lado, Kat ha dado un giro a su vida: es dueña de una librería en Bismarck, donde todos los vecinos se conocen. Ha hecho amigos, adoptado un cachorro y se ha teñido el pelo. Es una persona normal pero que acalla sus demonios en un campo de tiro.

De esta novela quiero destacar la evolución por la que pasan ambos protagonistas, no solo de un tomo a otro, sino a lo largo de toda esta segunda parte. Como dije en la reseña de En el punto de mira, que el punto de vista varíe entre los protagonistas nos aporta conocer los pensamientos y deseos de ambos a través de extensos monólogos interiores (si tengo que poner un “pero” a la novela es que se me hacían muy largos y a veces perdía el hilo) en los que nos cuentan sus disyuntivas entre lo correcto y lo que no, sus miedos y deseos más oscuros. Entramos en sus cabezas y sus corazones.  Gracias a esto, a lo largo del libro les acompañamos en su evolución como personajes, viendo a través de los eventos cómo cambian de idea o se plantean creencias propias que creen firmemente arraigadas.

Mi opinión

Arantxa, esto te lo digo directamente a ti: te has superado.

Como decía al principio, En el punto de mira me gustó mucho, sentí tensión y emociones con un pelín de intriga, pero Sangre en las manos me ha vuelto loca, me ha creado adicción  y no he podido parar hasta que he terminado. No solo me ha hecho sentir emoción como en la otra novela, la ha superado con creces porque había un nuevo ingrediente que le ha dado un sabor picante y bastante excitante: misterio. Las preguntas se han multiplicado y el deseo de obtener respuestas ha crecido exponencialmente.

El final me ha gustado porque es el adecuado, termina como tiene que terminar. Tengo ganas de saber más igual que me pasó con el anterior, pero creo que ha quedado todo bastante concluso. No siento el sabor agridulce de satisfacción por haber terminado pero pena porque se haya acabado. Creo que está bien así, me he quedado en paz.

¿Recomiendo Sangre en las manos? Si tienes asuntos importantes que atender, no. Porque te aseguro que hasta que no devores esta novela no vas a hacer nada de provecho.  

Compra el libro aquí.

Para saber más de Arantxa Rufo.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Cómo me di cuenta de que estaba escribiendo un borrador

 

"Me encanta escribir y creo que tengo talento. Cuando me pongo a ello logro crear unos textos que a mí misma me conmueven, y cuando me animo a enseñarlos a otras personas, a ellos también. Creo que lo hago bien y disfruto con ello ¡Debería escribir un libro! Tengo algunas ideas muy buenas y seguro que les saco partido. ¡Voy a empezar ya mismo!"

¿También te ha pasado?


Últimamente estoy abriendo la mente al mundo real de la escritura y me he dado cuenta de lo ciega que estaba cuando era solo una afición para mí, la cantidad de trabajo que hay detrás y del que yo no era consciente, y del trompazo que me pegué al darme cuenta de que estaba escribiendo solo un borrador.

Las primeras hojas en sucio

¿Recuerdas cómo te sentiste al poner en marcha un proyecto? Si te pasó como a mí, seguro que creías que era perfecto, te sentiste espectacular, brillante y magnífica. Yo estaba orgullosísima, había decidido escribir un poemario porque estaba haciendo unas poesías muy bonitas y quería compartirlas con el mundo. Se las enseñaba a mi amor y le encantaban, y yo feliz. Escribí unas cuantas y las pasé a hojas de color amarillo para visualizar el futuro libro y motivarme. ¡Aaaaaahh, qué satisfacción visual! Yo sabía que eran en sucio, que había que darles algún repasillo pero me decía a mí misma: “Esto está para maquetar y listo.”

Poco después me animé a pedir opiniones un poco más profesionales, y no tenía ni idea de lo que se me venía encima.

Hablé con un par de personas y les envié algunos de mis poemas favoritos con mucha ilusión. Y ellas, con toda su buena voluntad me hicieron unas críticas de lo más constructivas que yo interpreté muy mal. No me podía creer que dijeran que mis bebés no eran perfectos, que no tenían madera para triunfar en el mercado editorial, ¡incluso parecía que eran “demasiado azucarados”! ¡Por todos los dioses!

Me enfadé, me reboté y me rebelé, y no quise hablar con estas personas en unos días. Me costó un paseo por el río darme cuenta de cuánto me habían ayudado, pero igualmente me daba pena ver que mi proyecto no era lo que yo esperaba y fue decepcionante.



El primer borrador

Pasé los siguientes meses observando el entorno y adentrándome poco a poco en el mundillo Tuve una idea que me pareció muy buena, así que cogí mi brújula y vomité mis pensamientos sobre el papel. Cuanto más escribía más fluían las ideas, los personajes, las tramas, y me di cuenta de que ahí había “algo”. Pero esta vez era diferente. Pedí una corrección a una persona de confianza, abrí mi mente y acepté cada crítica porque yo sabía que este bebé no era perfecto pero quería que lo fuese. He leído durante mucho tiempo en muchos sitios que hay que aceptar que lo primero que escribes es solo el primer borrador, que hay que darle mil vueltas antes de poder presentarlo a una editorial o publicarlo. No quise aprender esta lección la primera vez que se me expuso, pero es una realidad: estoy escribiendo un borrador.



Moraleja

Os cuento mi experiencia a los que, como yo, solo sois ojos (de momento) en el mundo de la escritura. Tal vez tengáis aprendida ya la lección pero para mí fue duro darme cuenta de cómo funciona el mundo, de que no vale con sentarse a escribir “una cosa muy chula”, regarla un poco y esperar que le salgan flores gigantes… no. Ahora que estoy metida de lleno en esto, veo que solo he visto la punta del iceberg y lo que me ayuda a crecer es la mentalidad de que no sé nada y tengo ante mí un universo de secretos por descubrir. Si alguien que, como yo, está empezando me lee solo le diré dos cosas: abre tu mente al aprendizaje y asume que a tus bebés les quedan muchas ropitas que ponerles para llegar a ser perfectos. Las tres claves son: paciencia, trabajo y gratitud.

Espero que hayas encontrado en mi historia una lección, pasar un rato entretenido, o  sentirte identificado al recordar cuando te pasó algo similar. Sea lo que sea, ¡cuéntamelo!

Feliz fin de semana 💜


jueves, 5 de noviembre de 2020

Desgranando... "En el punto de mira"

 

Me encontraba yo sentada en algún sitio esperando algo, mirando mi móvil sin ver nada cuando una publicación captó mi atención. Pinché en el enlace correspondiente y este me condujo a lo que parecía el prólogo de una novela.

"Tu vida no puede ser más perfecta. Lo sabes."

Me asombra que dos frases tan simples hubieran estimulado mi curiosidad. Lo único que sabía era que necesitaba seguir leyendo. 

Un alto cargo ejecutivo parece muy satisfecho tras haber cerrado un trato y sale del edificio donde trabaja acompañado por sus guardaespaldas. De pronto siente un insoportable dolor en la pierna. Sangre, caos, frío. Muerte. Alguien ha burlado la seguridad de sus escoltas y ha conseguido dispararle desde un punto desconocido, provocando que se desangre y muera sin que nadie pueda auxiliarle. A unos cuantos metros de distancia, en un despacho en lo alto de un edificio, una enigmática mujer guarda un fusil dentro de una bolsa y abandona el lugar tratando de mantener la calma y pasar desapercibida.

Y así fue como me enganché a En el punto de mira.



Siempre he sido muy fan de las series policiacas de televisión pero nunca me había atrevido con una novela de este género. Como veis, la novela de Arantxa Rufo llegó a mí de manera casual y me atrajo tanto que necesitaba que leerla. 
En el punto de mira es la primera novela publicada de Arantxa, pero es también autora de Zed está muerto. Hace poco publicó Sangre en las manos, secuela de En el punto de mira y de la que también hablaré más adelante, pero vayamos por partes.

A plena luz del día en la ciudad de Londres tiene lugar un asesinato: una bala ha perforado la femoral de un hombre, y el inspector Daniel Ryman está dispuesto a todo por resolver el crimen. Pronto reconoce el sello de identidad de el Fantasma, un asesino que mata a sus víctimas con armas a larga distancia acertando con un solo tiro, siempre en la femoral. Alejándose del lugar donde se ha vertido la sangre, Kathleen Adams cubre cualquier rastro que delate que fue ella quien apretó el gatillo. Pronto el camino de ambos se cruzará dando lugar a un torrente desatado de pasión, secretos y mentiras. 

Profundicemos un poco más.

La narración nos aporta dos puntos de vista diferentes: el de Daniel y el de Kathleen. Somos sus ojos, su mente y su corazón. Aquí se presenta un dilema muy interesante, el debate interior sobre elegir un bando: ¿Queremos que Daniel atrape al Fantasma? ¿Queremos que Kathleen cumpla con su misión? Seamos honestos, lo que queremos es que triunfe el amor. Pero como más adelante iremos viendo, no todo puede ser un cuento de hadas


LOS PERSONAJES


A pesar de que esta novela tiene una gran riqueza de personajes secundarios (muy bien construidos en mi opinión) prefiero centrarme en los dos protagonistas.

Kathleen es la mujer "peligrosa" que todas queremos ser: exitosa, atractiva, calculadora y profesional en su trabajo, con un corazón de hierro pero a la vez humana. Y por si fuera poco, es una experta en armas que solo mata por una buena razón (que no seré yo quien os la cuente). Francamente, ¿quién no querría cargarse a un malo? ¡Todas somos Kath! 

Aunque aquí me veo obligada a hacer una observación y esto es de lo más personal: me surge un conflicto ético con Kathleen. Me encanta, quiero ser como ella, pero ODIO que tenga que mentir. Sé que es necesario para su supervivencia, pero me moría de pena cada vez que le mentía a Daniel, aunque sabía que debía protegerse. ¡Pobre hombre! 

Igualmente sobre ella debo decir que, conforme avanza la trama y vas conociéndola, más puedes empatizar. Hay una gran historia tras ella, muchas experiencias que la han llevado hasta donde está, y yo que estoy interesada en la psicología disfruté mucho del camino. 

Daniel, por otro lado, es un poco más plano. Se ajusta bastante al perfil de policía obsesionado con el trabajo que le impide llevar una vida normal. De hecho en algún momento del libro hay una escena en la que habla con su superior y le dice que no se lo tome tan en serio, lo cual me huele un poco a cliché. Sin embargo, al igual que ocurre con Kathleen, Daniel es humano. Sentimos sus preocupaciones, su atracción por una mujer de la que se está enamorando y sus juicios morales. A pesar de que tengo la sensación de conocer a Daniel, hay momentos en los que me puede llegar a sorprender. Le añadimos el hecho de que es un justiciero, que su propósito es "encerrar al malo" y salvar vidas, vemos su frustración cuando le salen mal las cosas y que tiene su corazoncito. ¿Cómo no vamos a querer al inspector Daniel Ryman?  


MI OPINIÓN


En el punto de mira me cautivó desde el primer momento. Si bien es cierto que por cosas cotidianas me costó un poco leerla, una vez me puse las pilas la devoré como si no hubiera comido en semanas. La historia es muy completa y elaborada, no deja cabos sueltos ni tienes en ningún momento el pensamiento de "pero vamos a ver, ¿de dónde sale esta pista?" que me pasa muy a menudo con las películas o series que tanto me gustan. En el punto de mira te mantiene activo, atento y expectante. Aunque sabía la identidad del disparador pasaba las páginas ansiosas por saber el por qué, incluso estando haciendo otras cosas me veía a mí misma pensando y elaborando teorías. El simpatizar con los protagonistas siempre ayuda a meterte en la historia, pero me gusta mucho que haya misterio tras ellos, provoca intriga hasta el final.

El final queda bastante cerrado pero la historia me provocó tantas emociones que quería saber más. No veo el momento de empezar Sangre en las manos


Puedes comprar En el punto de mira aquí.

jueves, 29 de octubre de 2020

He vuelto para quedarme

 

¡Hola de nuevo!

Así es, soy yo, Viale. Después de varios meses de estar prácticamente desaparecida por fin estoy de vuelta, con las pilas cargadas hasta arriba y motivación que me sale hasta por las orejas.

Mi intención no era publicar esto hoy, sino volver con una reseña que tengo pendiente desde hace meses (por dios qué vergüenza) pero ya que he estado ausente tanto tiempo no me parece correcto invadir ese espacio hablando de mí, así que he decidido contar qué ha sido de mí, qué proyectos tengo entre manos, mi estado actual, etc.

Hace unos meses publiqué una reflexión en la que hablaba de mi experiencia como gerocultora, y en ella conté que estaba trabajando en aquel entonces en una residencia en la que me sentía muy bien recibida. Bueno, por supuesto que no es oro todo lo que reluce y poco a poco empezaron a surgir algunos problemas de los que no voy a hablar hoy pero que resultaron en un camino lleno de aprendizaje y cambios en mí. Terminé el mes de agosto cansada física y psicológicamente y con una gran necesidad de espiritualidad y reconectar conmigo misma. Pasé mucho tiempo a solas sin hablar de lo que me ocurría realmente con nadie y reflexionando con mucha profundidad. Llegó un momento en el que vi frente a mí una realidad que no podía ignorar porque me hablaba a gritos: había llegado la hora de un cambio de vida. Necesitaba romper con todo y empezar de nuevo, salir de mi adorada zona de confort y vivir experiencias nuevas. Y pensé: “Creo que ha llegado el momento de seguir mi sueño”.

A pesar de las dificultades adoraba mi trabajo, pero sabía que si continuaba siendo gerocultora nunca sería escritora. Es un oficio agotador, física y psicológicamente y la poca energía que me quedaba después de acabar mi turno la empleaba en actividades cotidianas, así que dedicarme a la escritura estaba totalmente reñido con seguir así. A finales de septiembre se me presentó una oportunidad, un tren al que llevaba tiempo esperando y que solo podía coger o perder. Y aunque iba a toda velocidad me subí.


                           


Hace tan solo unos días me mudé a un país en el que hace mucho frío. Tengo la suerte de estar con alguien a quien quiero mucho y gracias a su apoyo he podido venir aquí. Os parecerá una enorme locura lo que voy a decir pero… tengo ahorros suficientes como para vivir un tiempo y dedicarme a la escritura, al blog, al proyecto que inicié durante el confinamiento y sobre todo a aprender y formarme en todo lo que pueda. Quiero ser escritora y he decidido apostar por ello, dedicar todo mi tiempo a escribir, leer y estudiar para seguir mi sueño. Cuento con el apoyo de todo mi círculo cercano y eso me llena de alegría además de unas ganas enormes de comerme el mundo. Estoy llena de inseguridades, no lo voy a negar, pero me motiva mucho el pensamiento de vencer mis propios obstáculos. Sé que no va a ser un camino de rosas, que va a ser complicado y habrá momentos en los que lo pase mal, pero todos y cada uno de ellos lo valdrán.

Sobre mi formación

Hay algo de lo que quiero hablar más en profundidad. Comentaba que quiero estudiar y formarme pero, al tener un presupuesto limitado, no tengo muchas posibilidades. Sin embargo he sido un poco camicace y he hecho una inversión: me he inscrito a un módulo del taller de escritura creativa de la Escuela de Escritores de Madrid. Llevaba mucho tiempo dándole vueltas y creo que el mejor momento para hacerlo es este. Empiezo el 3 de noviembre y, qué voy a decir, tengo miedo pero me muero de ganas. He pensado que hablaré de mi experiencia en el blog, va a ser distinto a lo que hago normalmente pero me parece interesante guardar mis reflexiones y siempre pueden ser útiles para futuros interesados.

A su vez, he comprado varios libros de escritura para complementar el curso, sobre técnicas y métodos para mejorar la escritura, incluso guías específicas para ciertos géneros (no hay sitio para spoilers aquí). Lo completaré con videos, podcasts y artículos de otros blogs, seguiré a otros escritores experimentados, etc.

Y por último, debo cuidar este blog. No es ningún secreto que el pobre es más feo que un dolor y admito que no tengo conocimientos necesarios para hacerlo atractivo y profesionalizarlo, que es mi objetivo. He pedido asesoramiento a algunas personas bastante más profesionales que yo y a quienes tengo en muy buena estima para que me guíen y ayuden con ello y así llegar a sacarle mejor partido y dejar atrás lo “cutre”.

En conclusión…

Tengo a mi favor mucho tiempo, ganas y algunos recursos que bien aprovechados pueden suponer un gran impulso.

 Tengo en mi contra la falta de experiencia, escasos recursos, poco hábito de trabajo y algunas inseguridades a las que no quiero hacer ni caso.

Debo decir, sinceramente, que me parece de lo más emocionante enfrentarme a las adversidades y estoy deseando encontrarme problemas y retos para superarlos. Y todo ello porque veo una gran luz que me llama: mi sueño, convertirme en escritora.

PS: Espero que no me odiéis por haber escrito semejante parrafada. Lo siento, no he podido evitarlo 😊

jueves, 3 de septiembre de 2020

Escritura emocional intensa

 

                Soy una escritora emocional, ¿qué le voy a hacer?





Me encantaría ser fría y programar lo que va a salir de mis dedos sobre el papel, seguir un guión a pies juntillas del que salirme un poco de vez en cuando para enfatizar o bromear. ¡Oh, qué tormento! Recae sobre mí la maldición de la intensidad emocional a la que no puedo ignorar ni en mis mejores días ni en los peores. Si el cielo amanece en tonos rojizos yo veo sangre. Si llueve, diluvia; si hace calor, me asfixio y luego me derrito.

Aunque desee escribir sobre la belleza de algo, si mi corazón se siente herido y fatigado verá horror y no podrá describirlo de otra manera. Si irradio plenitud no soy capaz de lamentar desgracias como realizar un homenaje a la muerte. ¿Qué puedo decir? Nada de lo que yo escriba saldrá de mi mente sino de mi corazón, lo cual lo convierte en puro aunque no por ello hermoso.

¡Oh, dulce pecado! ¡Cuánto disfruto redactando una poesía cuando más efervescente y enamorada me siento! ¡Cuánto adoro vomitar mis más oscuros pensamientos sobre el papel! ¡Qué gran satisfacción escribir una carta tras estallar de rabia con los ojos rojos y un violento temblor por todo el cuerpo!

Se llama fidelidad al corazón. Redactar bajo encargos propios o ajenos es una admirable habilidad… pero qué tremendo gozo brota de mis poros cuando logro escribir sobre algo que siento en mi interior tanto que puedo ver, tocar, saborear. Qué paz llego a irradiar al ningunear a mis temores y ensordecer ante la inseguridad, tan solo siendo tan natural como una tormenta o el fuego.


Hoy me declaro fan de las emociones, de sentir y expresar, de vivir. Saborear las alegrías y las penas, reír a carcajadas, llorar profiriendo gritos desgarradores, cantar a pleno pulmón, correr a toda velocidad para dejar atrás la ira… pero sobre todo me declaro fan de amar, de dejar que el corazón sienta solo cosas hermosas y crezca tanto que el pecho aumente su volumen, abrazar fuerte y dedicar las más bellas palabras, cuidar, velar, nutrir y ayudar a crecer, tender la mano y hacer los mejores regalos (los intangibles).


Amar…


Si algo debe salir del corazón es amar, porque del amor llegamos y a amar venimos.

Y para que no caiga en el olvido… ESCRÍBELO.


lunes, 6 de julio de 2020

El error de borrar mis propios textos


¡Hola a todos!

"¿Dónde has estado, Viale?" "¡Desapareciste!"

Es posible que después de haber publicado mi último post (que tuvo bastante éxito, por cierto, MUCHAS GRACIAS) muchos esperabais tener noticias mías pronto, y no un mes más tarde. Hace poco anuncié en mi cuenta de twitter @EscribeViale que debido a una serie de circunstancias tendría que dejar la escritura aparcada durante un tiempo, muy a mi pesar. El trabajo me ocupa mucho tiempo y energía, y estoy bastante enfocada en mis estudios. Pero algo está ocurriendo en mí últimamente, y es que tengo unas ganas imparables de crecer y evolucionar en todos los ámbitos de mi vida. Confieso que tengo grandes planes en mi cabeza por los que estoy muy emocionada, y solo será cuestión de unos meses para que empiecen a cuajar. Entre ellos está, por supuesto, el blog.

Hace un año no me hubiera imaginado que sería capaz de tener un blog, de escribir, de tener ideas y proyectos grandes. Hoy esa es mi vida y me siento realmente satisfecha por el cambio. Sin embargo me queda un largo, LAAAAAAARGO camino por recorrer, que requiere mucho trabajo y aprendizaje, incluso algunas inversiones. Pero poco a poco, todo llegará.

Voy a dejar de ser misteriosa, me emociono hablando y no quiero decir demasiado 😁 Además, hoy no estoy escribiendo por eso. Hoy vengo a hacer una reflexión. Para ello es necesario que os cuente algo que me ha ocurrido esta mañana.

He tenido de repente muchas ganas de escribir, y sabía perfectamente qué quería: veía la estructura clara, el tono, el objetivo, el giro... ¡Qué bien, qué motivación, qué ganas! Me he sentado a escribir y...

Nada.

Tomo aire, lo expulso en un largo suspiro, me sonrío a mí misma y pienso: "Sí, va a quedar muy chulo. Seguro que alguien importante lo lee y me hace muchos halagos. Podría presentarlo a un concurso de relatos, seguro que ganaré". He vuelto a motivarme y, cambiando un poco la estructura he conseguido empezar y darle forma. Me gustaba cómo estaba quedando y aunque por momentos me alcanzaban dardos de pensamientos negativos conseguía ignorarlos y seguir. De repente la trama ha empezado a cambiar ante mí, sin darme cuenta estaba desviándome de la idea principal. No me ha disgustado en un principio pero al seguir me he dado cuenta de que estaba tomando un tinte demasiado personal y me estaba exponiendo. No estaba creando, estaba recordando. He tenido una sensación muy rara y he pensado mil cosas a la vez, pero la que más fuerte sonaba era que ese texto no podía leerlo nadie. Me he decepcionado conmigo misma porque había empezado con la idea de publicarlo aquí en el blog, me apetecía mucho postear un texto propio ya que hace tiempo que no lo hago, pero eso... ¿Qué diablos era eso?

Entonces he tomado la peor decisión que podía tomar, he hecho lo que nunca se debe hacer: parar de escribir y borrarlo todo. 



Ahora mismo estoy sintiendo los capones de una veintena de escritores, incluso el mío propio. Siempre he guardado todo lo que he escrito por nostalgia, aprendizaje o por pensar "esto algún día valdrá mucho" (humildad a parte, debo alimentar mi autoestima). Y hoy por primera vez me he "traicionado" a mí misma. Llevo horas preguntándome... ¿por qué?

Creo que he tenido miedo de exponerme. Eso no es malo, considero que se debe tener precaución a la hora de hablar de uno mismo, pero en lugar de borrarlo todo debería haber fluido y seguir. Puede que, como he dicho antes, estuviera recordando, y de ser así tal vez necesitaba un poco de escritura terapéutica. 

Ahora me da pena haberlo borrado todo, podría haber hecho muchas cosas en lugar de eso pero ya está hecho, y de esto solo saco una cosa: APENDIZAJE.

Me debo a mí misma ese texto, para empezar, por lo que trabajaré más la idea y la llegaré a publicar, lo tengo muy claro.

Segundo: No debo tener miedo. Cualquier cosa que salga de mí es creatividad, y no se debe cortar la creatividad sino dejarla crecer aunque no llegue nunca a nada. Puede que sea mediocre la primera vez, quizás mejore al darle un repaso y seguramente sea buena cuando la reescriba. Pero seguir, no reprimirse. Seguir, seguir y seguir.

Si hay algo que no me está gustando recordar es porque aún escuece, y eso conlleva que debo trabajar en ello. Me parece muy positivo haberme dado cuenta porque ahora puedo tomar acción y eso significa progreso.

Y por último: He cometido un error en un momento de inseguridad pero lo he sabido identificar y ahora soy consciente de ello. Es muy importante quererse y darse cuenta de lo que uno vale para poder desarrollarse, y este momento de debilidad me ha demostrado lo mucho que he mejorado: la Viale de hace un año lo hubiera dejado estar, sin decir nada, se hubiera olvidado y hubiera vuelto a cometer el mismo error. La Viale de hace dos años ni siquiera hubiera escrito esa idea que le rondaba. Así que hoy puedo decir que he mejorado y quiero seguir haciéndolo. 

Me gustaría que me contaseis experiencias similares que hayáis tenido. Entiendo que cuando se empieza a escribir ocurren muchas cosas como esta, y seguro que conocer otros puntos de vista nos ayuda mucho a todos, porque nunca se debe dejar de aprender. 

Un saludo a todos y que paséis una feliz semana 😇








viernes, 29 de mayo de 2020

Confesiones de una gerocultora



Antes de leer este artículo debo AVISAR de que en él hay contenido sensible. He tratado de ser lo menos específica posible pero en él relato situaciones que pueden provocar tristeza y emoción. Si crees que puede afectarte demasiado, te aconsejo no leer este post.



¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😀

Hoy voy a salirme un poco del guion y voy a contaros algo sobre lo que he estado reflexionando mucho desde hace unos días.

Anteriormente mencioné que trabajo en sanidad, lo que nunca he dicho es que soy gerocultora. Mi trabajo consiste en atender física y emocionalmente a personas durante la última etapa de su vida, cubriendo sus necesidades básicas y proporcionándoles afecto. Hay varios motivos por los que quiero hablar de esto hoy, y para que se entienda todo bien voy a remontarme mucho tiempo atrás. Pido disculpas si este post queda demasiado largo.

Nunca fui buena estudiante, y siempre fui asustada con la típica frase: "Como no te esfuerces vas a acabar limpiando culos en una residencia". Lo maravilloso de esta afirmación es que de momento ha acabado siendo así, pero no quiero adelantarme. Como sabéis, siempre he sentido un gran amor por la literatura, desde que me divertía con las historias de los libros de Barco de Vapor o fui cautivada por el universo mágico de Harry Potter. Sin embargo nunca me planteé que podría dedicarme a ello así que no le di a esta pasión ninguna importancia (de lo que me arrepiento). Durante mi adolescencia me di cuenta de que una de las actividades que más me satisfacían espiritualmente era ayudar a otros, me volcaba en ello dejando mis propios intereses de lado, incluso mis deberes de aquel entonces. Me he visto en muchos problemas por ofrecer apoyo a otras personas, pero también he creado fuertes vínculos.

Por ello nació en mi otro sueño: el de ser psicóloga. Por varias razones me fui desmotivando con el tiempo hasta el punto de renunciar a la idea de ir a la universidad y buscar otras alternativas que yo consideraba más prácticas. Cuando terminé de estudiar bachiller intenté acceder a un grado superior pero mi media no fue suficiente y me quedé fuera. Encontré unos cursos en INEM de Atención Sociosanitaria y un año más tarde recibí mi certificado de profesionalidad. Recuerdo mi primera clase: Empecé algo más tarde que los demás y ese día tocaba precisamente la lección más desagradable de todas (de la que no voy a hablar), me mareé y pensé lo más normal: "Yo no valgo para esto". Pero el curso avanzó, y con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que ese "indigno trabajo de limpiaculos" tenía muchísimo detrás, aspectos de los que nadie habla. Y todo ello lo he ido comprobando en primera persona a lo largo de tres años de experiencia laboral.




Lo PEOR de ser gerocultora

Al principio del post he mencionado una frase que todos hemos oído: "Como no te esfuerces vas a acabar limpiando culos en una residencia". Creo que no es necesaria una gran explicación para demostrar lo que todos sabemos: Un porcentaje de la población considera esta labor "caer bajo", poco digna, o "asquerosa". Me da rabia en la misma medida que pena. A toda la gente que nos tiene en baja estima, espero que nunca jamás necesiten un cuidador que les ayude a comer y a ducharse.
Sí, limpio culos, sobacos, narices y bocas. Curo heridas, veo, huelo y toco cosas desagradables, pero esto no es lo peor de mi trabajo. Lo peor es ver a personas sufrir y sentir impotencia porque no puedes hacer lo suficiente por ellas. Porque tienen cáncer y son demasiado mayores para un tratamiento, porque buscan a sus madres o no pueden hablar para decirte qué les pasa. Y los gerocultores vemos esto diariamente. 
Lo peor de mi trabajo no es limpiar culos, sino secar lágrimas. Es llevarte los problemas a casa, acordarte de tus usuarios en tus días libres, cogerles cariño y verles empeorar, deteriorarse, y llorar sus pérdidas. Tener que ignorarles cuando te llaman porque no te da tiempo a atenderlos a todos, prometerles volver y no cumplirlo, que te pidan que te quedes un ratito a hacerles compañía pero no tener tiempo...
Los gerocultores sufrimos tendinitis, lumbalgias, contracturas, esguinces, sobrecarga muscular, varices, estrés, ansiedad, depresión... Llegamos a casa con los pies doloridos, soportamos turnos de más horas de las legalmente permitidas, trabajando fines de semana y festivos, con un salario promedio de unos 900€ (sí, tal cual estáis leyendo), sin tiempo y energía para nada, y muchas veces sin recibir un simple "gracias".



Lo MEJOR de ser gerocultora

Mi trabajo consiste en acompañar a personas que ya no tienen autonomía desde que se levantan hasta que se acuestan. Cubro todas las necesidades que ellos no pueden asumir: movilizaciones, aseo, alimentación, suministrar medicaciones, acompañar al baño o cuidado de la apariencia. 
Las mayores satisfacciones que me ha dado este oficio son las sonrisas en sus rostros al tratarles con cariño, que te devuelvan el afecto con un beso o un abrazo (ahora la pandemia no nos lo permite), hacerles reír... Si lo piensas fríamente son en su mayoría personas a las que no les queda nada, y un pequeño gesto puede significar todo.
Pero hay algo que también me produce felicidad: acompañarles cuando están enfermos o se están marchando. En esos momentos los sentidos pierden su funcionalidad, el cuerpo no responde, pero hay algo que no dejan de sentir nunca: el amor. Por eso una de las labores que considero más importantes en mi trabajo es esa, la de proporcionarles cariño, darles fuerzas y aliviar su miedo cuando ya no queda nada. Pienso que nadie debería morir solo, y para mí es un honor acompañar a las personas en sus últimos momentos.

Por todo esto, puedo asegurar que lo positivo supera con creces lo negativo.

Llegué a aborrecer mi trabajo



Ahora quiero explicar algo de lo que no he sido consciente hasta hace unos días y debo aclarar que para mí no es fácil hablar de esto.

Hace tres años empecé a trabajar en una residencia de mi ciudad haciendo una sustitución. No tenía experiencia y estaba muy ilusionada por empezar, siempre había trabajado en domicilios y para mí supuso una gran oportunidad, y a día de hoy sigo agradecida. Durante los primeros días me di cuenta de que en aquel centro se trabajaba de manera diferente a la que me habían enseñado en los cursos: legalmente se debe realizar las labores en pareja y ahí se realizaban de manera individual, preparábamos medicaciones, el centro no disponía de médico ni enfermera y la rehabilitación (gimnasia o actividades de estimulación cognitiva) que recibían los usuarios era muy escasa o nula. Ante este descubrimiento lo único que pude hacer fue adaptarme, y me costó mucho tiempo. Además estaba haciendo sustituciones y me iban asignando todo, llegando a trabajar durante dos semanas seguidas sin descanso y en diversos turnos, por lo que estaba muy cansada, se me olvidaban cosas y cometía muchos errores. Nunca terminaba los aseos a tiempo y siempre había alguna compañera presionando para que corriese más. Para adelantar o ganar tiempo tenía que priorizar, y eso suponía no ser detallista, hacer las cosas de manera "aceptable" y (lo que más me dolía) no perder el tiempo hablando con mis usuarios. Me daba cuenta de que mi trabajo perdía calidad y me sentía culpable por ello pero no podía hacerlo de otra manera. 
Unos meses después de mi llegada me ofrecieron un puesto fijo que yo acepté encantada. Me advirtieron de que el horario era bastante malo pero no me importó al principio. Era un turno partido en el que acudía muy pronto por la mañana y a la noche, por lo que no descansaba bien y me pasaba el día en la cama. No me daba cuenta pero me estaba estresando y deprimiendo, y esto afectó aún más a mi trabajo. 
Lo más natural dentro de una residencia es que la salud de los usuarios empeore y cuando empezó a pasar la plantilla no estaba preparada para afrontarlo, así que a todo lo anterior debemos sumarle que hubo bastantes ocasiones en las que salí más tarde de mi hora (nadie me ha pagado esas horas extra) y aún más si ocurría alguna emergencia. La organización era tan pésima que cada vez iba más asqueada a trabajar, hasta el punto de trabajar con desgana y no prestar verdadera atención a mis usuarios. Para un gerocultor es difícil asumir que no está haciendo bien su trabajo porque significa que estás siendo poco ético. Y hoy reconozco que este ha sido mi caso. 
Pasaba el tiempo e iba normalizando ciertas actitudes que veía en mis compañeras, como tratar con poca dignidad a los usuarios, riéndose cuando decían cosas extrañas o expresando asco en ciertos momentos. 
El colmo llegó hace algo menos de un año. Fui testigo de una negligencia médica que no solo le costó la vida a una persona (que yo apreciaba mucho) sino que dejó el mundo entre terribles sufrimientos. Yo terminé un turno de mañana acostando a la siesta a esta persona y tan solo un par de horas después falleció. Cuando me lo dijeron lloré bastante y me sentí culpable. Me decía a mí misma que podría haber hecho algo más y pensaba que no la había atendido bien. Pasé un tiempo triste y echándole mucho de menos. Durante este tiempo expresé a algunas de mis compañeras cómo me sentía y la mayoría me comprendió y aliviaron mi pesar diciéndome que lo hicimos lo mejor que pudimos y no fue culpa nuestra. Pero esta experiencia me hizo darme cuenta de lo mal que funcionaba aquel centro y empecé a sentir verdadera repulsión. Pero tenía que seguir yendo. Un día me armé de valor y le dije a mi jefa que no me llamara durante un tiempo, que quería centrarme en los estudios (había dejado el puesto fijo y había vuelto a las sustituciones unos meses atrás, y lo de los estudios en parte era cierto) y no se lo tomó bien. Durante meses aguanté con ahorros y paro pero de vez en cuando tenía que volver y nadie sabe lo duro que era para mí. No hablaré de las relaciones entre compañeras porque eso da para otro post pero el ambiente que se creó llegó a espantarme.

Cuando comenzó la pandemia yo estaba haciendo una sustitución y recibí la noticia de que una de las personas que solían acudir al centro había dado positivo. Convivo con una persona de riesgo y por proteger su salud renuncié a volver hasta que pasara todo. Tomaron todas las medidas pertinentes y hasta la fecha no ha habido ningún contagio, lo cual aplaudo. Fui un día a trabajar y estaban todos los usuarios totalmente aislados y sin ningún tipo de entretenimiento, volviéndose locos... y se me rompió el corazón. Ese ha sido el último contacto que he tenido con esa residencia.
He pasado dos meses sin trabajar. He recibido ofertas pero de centros en los que ha habido contagios. Decidí protegerme a mí y a mi familia a pesar de desear salir de casa, ganar dinero en lugar de gastarlo, incluso airearme. Pero lo que más me pesaba en algunas ocasiones era no poder ayudar. Sentía que es mi deber como personal sanitario ayudar a quienes lo necesitan. Yo nunca he buscado los aplausos de todo el país, y no creo que nadie de este gremio lo hiciera. Unos salvan vidas, otros limpiamos culos, pero al final considero que todas nuestras labores son necesarias y me dolía enormemente no aportar mi granito de arena, lo cual me ha puesto muy triste. Y sí, he llorado de impotencia y pena.



Sin embargo hace un par de semanas se me abrió la puerta de los cielos: recibí una oferta de empleo en un centro sin contagios y con unas condiciones que me favorecen mucho. Empecé unos días después y no puedo estar más contenta. Todo lo que le faltaba a la residencia anterior lo tiene ésta, y por primera vez he trabajado en pareja. Solo tengo cosas buenas que decir. Pero lo que más me ha impactado es el trato a los usuarios. Hay cariño, atención, valoración constante, cuidado de todo tipo... y he vuelto a recordar que amo mi trabajo. Me gusta dar los buenos días y que me respondan con la misma alegría, que me sonría una persona encamada que ya apenas abre los ojos, hablar con mis usuarios sobre su vida (son muy interesantes), acompañarles a pasear, cantar con ellos, prepararles juegos y ver que mis compañeras las tratan con verdadero cariño. Vuelvo a ser perfeccionista en mi trabajo, no siento ningún tipo de estrés y además estoy aprendiendo cosas nuevas. De momento me gustaría quedarme todo el tiempo que pueda.



¿Qué quiero decir con todo esto?



La moraleja más importante es que las circunstancias equivocadas pueden destruir los sueños y pasiones de una persona. Cuando acabas de aprender y no tienes experiencia das lo mejor de ti pero si has caído en un lugar "desagradable" es altamente probable que acabes odiando algo que consideras tu vocación. Y esto lo único que provoca es infelicidad y una insatisfacción que puede que no sepas de dónde viene, porque al fin y al cabo trabajas en algo que te gusta, ¿no?
Es fundamental saber identificar lo que nos hace infelices y no huir, sino tratar de arreglarlo desde dentro porque eso implica amor y respeto por tu entorno.



Para acabar, hay algo importante que debo decir sobre mi trabajo en relación con la pandemia. Como he dicho antes, dudo mucho que ningún sanitario busque reconocimiento y aplausos. Lo que queremos es que se nos escuche y valore. Ya dejando a parte los sueldos vergonzosos que se nos paga, creo que si hay algo necesario ahora mismo es organizar todo desde cero. No puede ser que, en un país avanzado y seguro como es el nuestro, permitamos que haya PERSONAS que mueran sin dignidad, solas, que pasen los últimos años de sus vidas en condiciones lamentables (como permitir deterioros físicos derivados de la falta de actividad) o que estén tristes. Me parece vergonzoso que el Estado haya tratado al sector sanitario de una manera tan humillante como para permitir todas estas cosas que desde fuera no parecen para tanto, pero os aseguro que son verdaderas atrocidades. Es absolutamente lamentable que una persona sea atendida rápido porque no hay tiempo, sin que se pueda escuchar si necesita algo o si se le está haciendo daño porque hay que cumplir los tiempos. Y ahora en esta situación no solo vemos esto (que es el día a día) sino que hay cientos de personas muriendo solas y sin comprender qué está pasando, y que NADIE pueda acercarse a ellos para sujetarles la mano mientras se van. ¿Qué sensación se le queda a un cuidador, un médico o un enfermero mientras ve desde una ventana cómo alguien a quien ha cuidado y alimentado muere aterrado y solo? Es absolutamente desgarrador.



Mirad, no os digo esto para que lloréis igual que la mayoría del personal sanitario hemos hecho, sino para invitaros a reflexionar. ¿Realmente se nos está valorando tanto a trabajadores como a pacientes? ¿Qué más hace falta para que un lugar que puede ser tan trágico como una residencia pueda ofrecer un ambiente agradable para todos? ¿Por qué tengo que volver a casa sabiendo que no he hecho un trabajo de calidad y sentir que es culpa mía?

No soy política o economista y no tengo conocimientos suficientes como para proponer una buena solución, pero confío en que este mensaje llegue a alguien que sí posea estas capacidades y pueda hacer, por lo menos, un poquito. Ojalá llegue un futuro en el que nadie muera solo ni triste, pase sed o no pueda ir al baño porque no nos da tiempo. Ojalá podamos volver cada día a nuestras casas orgullosos de haber cuidado, sanado y hecho felices a las personas que dependen exclusivamente de nosotros. 

Y de corazón deseo que ocurra cuanto antes.