Antes de leer este artículo debo AVISAR de que en él hay contenido sensible. He tratado de ser lo menos específica posible pero en él relato situaciones que pueden provocar tristeza y emoción. Si crees que puede afectarte demasiado, te aconsejo no leer este post.
¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😀
Hoy voy a salirme un poco del guion y voy a contaros algo sobre lo que he estado reflexionando mucho desde hace unos días.
Anteriormente mencioné que trabajo en sanidad, lo que nunca he dicho es que soy gerocultora. Mi trabajo consiste en atender física y emocionalmente a personas durante la última etapa de su vida, cubriendo sus necesidades básicas y proporcionándoles afecto. Hay varios motivos por los que quiero hablar de esto hoy, y para que se entienda todo bien voy a remontarme mucho tiempo atrás. Pido disculpas si este post queda demasiado largo.
Nunca fui buena estudiante, y siempre fui asustada con la típica frase: "Como no te esfuerces vas a acabar limpiando culos en una residencia". Lo maravilloso de esta afirmación es que de momento ha acabado siendo así, pero no quiero adelantarme. Como sabéis, siempre he sentido un gran amor por la literatura, desde que me divertía con las historias de los libros de Barco de Vapor o fui cautivada por el universo mágico de Harry Potter. Sin embargo nunca me planteé que podría dedicarme a ello así que no le di a esta pasión ninguna importancia (de lo que me arrepiento). Durante mi adolescencia me di cuenta de que una de las actividades que más me satisfacían espiritualmente era ayudar a otros, me volcaba en ello dejando mis propios intereses de lado, incluso mis deberes de aquel entonces. Me he visto en muchos problemas por ofrecer apoyo a otras personas, pero también he creado fuertes vínculos.
Por ello nació en mi otro sueño: el de ser psicóloga. Por varias razones me fui desmotivando con el tiempo hasta el punto de renunciar a la idea de ir a la universidad y buscar otras alternativas que yo consideraba más prácticas. Cuando terminé de estudiar bachiller intenté acceder a un grado superior pero mi media no fue suficiente y me quedé fuera. Encontré unos cursos en INEM de Atención Sociosanitaria y un año más tarde recibí mi certificado de profesionalidad. Recuerdo mi primera clase: Empecé algo más tarde que los demás y ese día tocaba precisamente la lección más desagradable de todas (de la que no voy a hablar), me mareé y pensé lo más normal: "Yo no valgo para esto". Pero el curso avanzó, y con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que ese "indigno trabajo de limpiaculos" tenía muchísimo detrás, aspectos de los que nadie habla. Y todo ello lo he ido comprobando en primera persona a lo largo de tres años de experiencia laboral.
Lo PEOR de ser gerocultora
Al principio del post he mencionado una frase que todos hemos oído: "Como no te esfuerces vas a acabar limpiando culos en una residencia". Creo que no es necesaria una gran explicación para demostrar lo que todos sabemos: Un porcentaje de la población considera esta labor "caer bajo", poco digna, o "asquerosa". Me da rabia en la misma medida que pena. A toda la gente que nos tiene en baja estima, espero que nunca jamás necesiten un cuidador que les ayude a comer y a ducharse.
Sí, limpio culos, sobacos, narices y bocas. Curo heridas, veo, huelo y toco cosas desagradables, pero esto no es lo peor de mi trabajo. Lo peor es ver a personas sufrir y sentir impotencia porque no puedes hacer lo suficiente por ellas. Porque tienen cáncer y son demasiado mayores para un tratamiento, porque buscan a sus madres o no pueden hablar para decirte qué les pasa. Y los gerocultores vemos esto diariamente.
Lo peor de mi trabajo no es limpiar culos, sino secar lágrimas. Es llevarte los problemas a casa, acordarte de tus usuarios en tus días libres, cogerles cariño y verles empeorar, deteriorarse, y llorar sus pérdidas. Tener que ignorarles cuando te llaman porque no te da tiempo a atenderlos a todos, prometerles volver y no cumplirlo, que te pidan que te quedes un ratito a hacerles compañía pero no tener tiempo...
Los gerocultores sufrimos tendinitis, lumbalgias, contracturas, esguinces, sobrecarga muscular, varices, estrés, ansiedad, depresión... Llegamos a casa con los pies doloridos, soportamos turnos de más horas de las legalmente permitidas, trabajando fines de semana y festivos, con un salario promedio de unos 900€ (sí, tal cual estáis leyendo), sin tiempo y energía para nada, y muchas veces sin recibir un simple "gracias".
Lo MEJOR de ser gerocultora
Mi trabajo consiste en acompañar a personas que ya no tienen autonomía desde que se levantan hasta que se acuestan. Cubro todas las necesidades que ellos no pueden asumir: movilizaciones, aseo, alimentación, suministrar medicaciones, acompañar al baño o cuidado de la apariencia.
Las mayores satisfacciones que me ha dado este oficio son las sonrisas en sus rostros al tratarles con cariño, que te devuelvan el afecto con un beso o un abrazo (ahora la pandemia no nos lo permite), hacerles reír... Si lo piensas fríamente son en su mayoría personas a las que no les queda nada, y un pequeño gesto puede significar todo.
Pero hay algo que también me produce felicidad: acompañarles cuando están enfermos o se están marchando. En esos momentos los sentidos pierden su funcionalidad, el cuerpo no responde, pero hay algo que no dejan de sentir nunca: el amor. Por eso una de las labores que considero más importantes en mi trabajo es esa, la de proporcionarles cariño, darles fuerzas y aliviar su miedo cuando ya no queda nada. Pienso que nadie debería morir solo, y para mí es un honor acompañar a las personas en sus últimos momentos.
Por todo esto, puedo asegurar que lo positivo supera con creces lo negativo.
Llegué a aborrecer mi trabajo
Ahora quiero explicar algo de lo que no he sido consciente hasta hace unos días y debo aclarar que para mí no es fácil hablar de esto.
Hace tres años empecé a trabajar en una residencia de mi ciudad haciendo una sustitución. No tenía experiencia y estaba muy ilusionada por empezar, siempre había trabajado en domicilios y para mí supuso una gran oportunidad, y a día de hoy sigo agradecida. Durante los primeros días me di cuenta de que en aquel centro se trabajaba de manera diferente a la que me habían enseñado en los cursos: legalmente se debe realizar las labores en pareja y ahí se realizaban de manera individual, preparábamos medicaciones, el centro no disponía de médico ni enfermera y la rehabilitación (gimnasia o actividades de estimulación cognitiva) que recibían los usuarios era muy escasa o nula. Ante este descubrimiento lo único que pude hacer fue adaptarme, y me costó mucho tiempo. Además estaba haciendo sustituciones y me iban asignando todo, llegando a trabajar durante dos semanas seguidas sin descanso y en diversos turnos, por lo que estaba muy cansada, se me olvidaban cosas y cometía muchos errores. Nunca terminaba los aseos a tiempo y siempre había alguna compañera presionando para que corriese más. Para adelantar o ganar tiempo tenía que priorizar, y eso suponía no ser detallista, hacer las cosas de manera "aceptable" y (lo que más me dolía) no perder el tiempo hablando con mis usuarios. Me daba cuenta de que mi trabajo perdía calidad y me sentía culpable por ello pero no podía hacerlo de otra manera.
Unos meses después de mi llegada me ofrecieron un puesto fijo que yo acepté encantada. Me advirtieron de que el horario era bastante malo pero no me importó al principio. Era un turno partido en el que acudía muy pronto por la mañana y a la noche, por lo que no descansaba bien y me pasaba el día en la cama. No me daba cuenta pero me estaba estresando y deprimiendo, y esto afectó aún más a mi trabajo.
Lo más natural dentro de una residencia es que la salud de los usuarios empeore y cuando empezó a pasar la plantilla no estaba preparada para afrontarlo, así que a todo lo anterior debemos sumarle que hubo bastantes ocasiones en las que salí más tarde de mi hora (nadie me ha pagado esas horas extra) y aún más si ocurría alguna emergencia. La organización era tan pésima que cada vez iba más asqueada a trabajar, hasta el punto de trabajar con desgana y no prestar verdadera atención a mis usuarios. Para un gerocultor es difícil asumir que no está haciendo bien su trabajo porque significa que estás siendo poco ético. Y hoy reconozco que este ha sido mi caso.
Pasaba el tiempo e iba normalizando ciertas actitudes que veía en mis compañeras, como tratar con poca dignidad a los usuarios, riéndose cuando decían cosas extrañas o expresando asco en ciertos momentos.
El colmo llegó hace algo menos de un año. Fui testigo de una negligencia médica que no solo le costó la vida a una persona (que yo apreciaba mucho) sino que dejó el mundo entre terribles sufrimientos. Yo terminé un turno de mañana acostando a la siesta a esta persona y tan solo un par de horas después falleció. Cuando me lo dijeron lloré bastante y me sentí culpable. Me decía a mí misma que podría haber hecho algo más y pensaba que no la había atendido bien. Pasé un tiempo triste y echándole mucho de menos. Durante este tiempo expresé a algunas de mis compañeras cómo me sentía y la mayoría me comprendió y aliviaron mi pesar diciéndome que lo hicimos lo mejor que pudimos y no fue culpa nuestra. Pero esta experiencia me hizo darme cuenta de lo mal que funcionaba aquel centro y empecé a sentir verdadera repulsión. Pero tenía que seguir yendo. Un día me armé de valor y le dije a mi jefa que no me llamara durante un tiempo, que quería centrarme en los estudios (había dejado el puesto fijo y había vuelto a las sustituciones unos meses atrás, y lo de los estudios en parte era cierto) y no se lo tomó bien. Durante meses aguanté con ahorros y paro pero de vez en cuando tenía que volver y nadie sabe lo duro que era para mí. No hablaré de las relaciones entre compañeras porque eso da para otro post pero el ambiente que se creó llegó a espantarme.
Cuando comenzó la pandemia yo estaba haciendo una sustitución y recibí la noticia de que una de las personas que solían acudir al centro había dado positivo. Convivo con una persona de riesgo y por proteger su salud renuncié a volver hasta que pasara todo. Tomaron todas las medidas pertinentes y hasta la fecha no ha habido ningún contagio, lo cual aplaudo. Fui un día a trabajar y estaban todos los usuarios totalmente aislados y sin ningún tipo de entretenimiento, volviéndose locos... y se me rompió el corazón. Ese ha sido el último contacto que he tenido con esa residencia.
He pasado dos meses sin trabajar. He recibido ofertas pero de centros en los que ha habido contagios. Decidí protegerme a mí y a mi familia a pesar de desear salir de casa, ganar dinero en lugar de gastarlo, incluso airearme. Pero lo que más me pesaba en algunas ocasiones era no poder ayudar. Sentía que es mi deber como personal sanitario ayudar a quienes lo necesitan. Yo nunca he buscado los aplausos de todo el país, y no creo que nadie de este gremio lo hiciera. Unos salvan vidas, otros limpiamos culos, pero al final considero que todas nuestras labores son necesarias y me dolía enormemente no aportar mi granito de arena, lo cual me ha puesto muy triste. Y sí, he llorado de impotencia y pena.
Sin embargo hace un par de semanas se me abrió la puerta de los cielos: recibí una oferta de empleo en un centro sin contagios y con unas condiciones que me favorecen mucho. Empecé unos días después y no puedo estar más contenta. Todo lo que le faltaba a la residencia anterior lo tiene ésta, y por primera vez he trabajado en pareja. Solo tengo cosas buenas que decir. Pero lo que más me ha impactado es el trato a los usuarios. Hay cariño, atención, valoración constante, cuidado de todo tipo... y he vuelto a recordar que amo mi trabajo. Me gusta dar los buenos días y que me respondan con la misma alegría, que me sonría una persona encamada que ya apenas abre los ojos, hablar con mis usuarios sobre su vida (son muy interesantes), acompañarles a pasear, cantar con ellos, prepararles juegos y ver que mis compañeras las tratan con verdadero cariño. Vuelvo a ser perfeccionista en mi trabajo, no siento ningún tipo de estrés y además estoy aprendiendo cosas nuevas. De momento me gustaría quedarme todo el tiempo que pueda.
¿Qué quiero decir con todo esto?
La moraleja más importante es que las circunstancias equivocadas pueden destruir los sueños y pasiones de una persona. Cuando acabas de aprender y no tienes experiencia das lo mejor de ti pero si has caído en un lugar "desagradable" es altamente probable que acabes odiando algo que consideras tu vocación. Y esto lo único que provoca es infelicidad y una insatisfacción que puede que no sepas de dónde viene, porque al fin y al cabo trabajas en algo que te gusta, ¿no?
Es fundamental saber identificar lo que nos hace infelices y no huir, sino tratar de arreglarlo desde dentro porque eso implica amor y respeto por tu entorno.
Para acabar, hay algo importante que debo decir sobre mi trabajo en relación con la pandemia. Como he dicho antes, dudo mucho que ningún sanitario busque reconocimiento y aplausos. Lo que queremos es que se nos escuche y valore. Ya dejando a parte los sueldos vergonzosos que se nos paga, creo que si hay algo necesario ahora mismo es organizar todo desde cero. No puede ser que, en un país avanzado y seguro como es el nuestro, permitamos que haya PERSONAS que mueran sin dignidad, solas, que pasen los últimos años de sus vidas en condiciones lamentables (como permitir deterioros físicos derivados de la falta de actividad) o que estén tristes. Me parece vergonzoso que el Estado haya tratado al sector sanitario de una manera tan humillante como para permitir todas estas cosas que desde fuera no parecen para tanto, pero os aseguro que son verdaderas atrocidades. Es absolutamente lamentable que una persona sea atendida rápido porque no hay tiempo, sin que se pueda escuchar si necesita algo o si se le está haciendo daño porque hay que cumplir los tiempos. Y ahora en esta situación no solo vemos esto (que es el día a día) sino que hay cientos de personas muriendo solas y sin comprender qué está pasando, y que NADIE pueda acercarse a ellos para sujetarles la mano mientras se van. ¿Qué sensación se le queda a un cuidador, un médico o un enfermero mientras ve desde una ventana cómo alguien a quien ha cuidado y alimentado muere aterrado y solo? Es absolutamente desgarrador.
Mirad, no os digo esto para que lloréis igual que la mayoría del personal sanitario hemos hecho, sino para invitaros a reflexionar. ¿Realmente se nos está valorando tanto a trabajadores como a pacientes? ¿Qué más hace falta para que un lugar que puede ser tan trágico como una residencia pueda ofrecer un ambiente agradable para todos? ¿Por qué tengo que volver a casa sabiendo que no he hecho un trabajo de calidad y sentir que es culpa mía?
No soy política o economista y no tengo conocimientos suficientes como para proponer una buena solución, pero confío en que este mensaje llegue a alguien que sí posea estas capacidades y pueda hacer, por lo menos, un poquito. Ojalá llegue un futuro en el que nadie muera solo ni triste, pase sed o no pueda ir al baño porque no nos da tiempo. Ojalá podamos volver cada día a nuestras casas orgullosos de haber cuidado, sanado y hecho felices a las personas que dependen exclusivamente de nosotros.
Y de corazón deseo que ocurra cuanto antes.